lunes, 19 de septiembre de 2011

La gafa en el ojo ajeno

¡Qué angustia de verano, madre mía! Y todo por otra de esas modas absurdas y dañinas, una vez más. Que no escarmientan. Me refiero a esas enormes gafas de sol que llevan este año (casi todas) las mujeres. Absurdas porque cuando termine el verano y se las quiten, si es que de verdad protegen de los rayos solares, van a tener la mitad de la cara blanca, y van a parecer ositos panda. Y dañinas, porque están provocando mi ruina social. La mía y la de tantos otros que, como yo, supongo que sufrirán las mismas inquietudes, la misma desazón.

En las últimas semanas he llegado a la conclusion de que soy incapaz, en el 99% de los casos, de reconocer a las fulanas (en el sentido de mujeres indeterminadas o desconocidas, no en el otro...) portadoras de esas gafas. Sí, a veces una boca, una nariz, un cardado (ya tengo una cierta edad, y algunas de mis amigas también) hacen posible la identificación. Pero son las menos. Me declaro incapaz de reconocer a una mujer oculta tras esas gafotas.

No estoy solo en esa incapacidad, ni mucho menos: Ni siquiera los sistemas informáticos de reconocimiento facial con los que tanto nos han familiarizado los múltiples CSIs y sus derivados pueden identificar a una persona con gafas de sol. De hecho, por lo que he leído, y en contra de lo que nos muestra la ficción, esos sistemas, que funcionan muy bien en el laboratorio (incluso parece que son capaces de distinguir a gemelos idénticos), son bastante inútiles en cuanto los sacan a la calle. Según datos de 2004, el sistema instalado en el municipio de Newham, en las afueras de Londres, no ha sido capaz de reconocer a ningún delincuente tras varios años de funcionamiento; por la misma razón, el sistema instalado en el aeropuerto internacional de Boston fue desmantelado después de dos años.

Cada vez que me cruzo con una de esas enmascaradas inidentificables, no sé si me mira o no, no sé si me conoce o no, no sé si debo saludarla o no. Si no me saluda, malo. ¿Me conoce, pero no me ha visto? Pero si me saluda, peor. ¿Ha sido un saludo, o un movimiento de cabeza sin intención? ¿La conozco? ¿Me saluda a mí, o a otra persona? ¿Adónde está mirando? ¿Me mira porque yo la miro más de la cuenta, al tratar de identificarla tras sus enormes gafas? Lo que decía, esta moda está minando los cimientos de la sociedad.

Ya no sé que hacer. Hace pocos días me ha saludado con bastante efusividad (pero de lejos y sin quitarse las gafas) una joven de tan buen ver que, mejorando lo presente, y que me perdonen mis amigas, sigo sin ser capaz de identificar. ¿Me conocía de verdad, o sólo pretendía mosquearme? Me están volviendo paranoico.

Y encima se quejarán de que no las miremos a los ojos.